Los conflictos de la democracia, por Estanislao Zuleta

Estanislao Zuleta fue un filósofo, escritor y pedagogo colombiano conocido especialmente por su dedicación a la Academia durante toda su vida profesional. Más allá de sus escritos, ha sido muy apreciado por su oratoria y por la gran cantidad de conferencias que dictó. Dedicado a la filosofía, la economía, la psicología y la educación en toda su extensión, dejó tratados sobre pensadores tanto de la antigüedad como del mundo contemporáneo y un pensamiento rico en análisis social e histórico de Colombia y América Latina.
En el presente documento, se encuentra una reflexión que hizo Estanislao en una visita abierta a una zona guerrillera del m-19 (movimiento que entregó las armas en 1991 y colaboró en el proceso constitucional de 1991 para éste país), durante las negociaciones de paz del año 1990. Más allá del contexto se encuentra una profunda reflexión sobre los conflictos de la democracia y sus viscisitudes. Desde los espectros del cielo y el infierno, la izquierda o la derecha, no existe una visión colectiva y consolidada de la democracia, señal lamentable de su débil funcionamiento. Para el futuro, los errores de un país como Colombia serán menos lamentados y mejor aprovechados para una organización social más sensata y justa... D.j. Zeitgeist colombia _________________________ "LA CONSTRUCCION DE LA DEMOCRACIA TIENE DOS PROBLEMAS: NUESTRA HISTORIA Y LA DEMOCRACIA MISMA." ESTANISLAO ZULETA Recopilación de Rafael Vergara. Las precisiones A ustedes que se embarcaron en la defensa de la paz y en la lucha por construir una democracia amplia y participativa, voy a hablarles de lo difícil que es sustentar y defender la democracia. Hay dos problemas: nuestra historia y la democracia misma. La democracia no pertenece a la tradición de la izquierda y esto hay que decirlo francamente. La tradición nuestra ha estado determinada por el marxismo, que no es un pensamiento democrático. En sentido estricto, ideológico, Marx no lo era. Cuando Marx comentó los derechos humanos confundió la ideología individualista, sensualista, utilitaria y liberal de la época con el acontecimiento político mismo. Marx criticó una ideología que proclamó los derechos humanos como una expresión simple del egoísmo del mundo capitalista, del mundo burgués individualista, y de paso criticó esa concepción de los derechos. Los derechos humanos, como expresión, tienen un origen: la declaración francesa y la norteamericana, que son anteriores a la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la ONU y los cuales son retomados por ésta torpemente. Así, se asimila democracia con derechos humanos, considerados son conceptualmente una misma cosa. Y esto es torpe porque la Declaración está basada en una cierta concepción ideológica de la naturaleza humana. Se dice, por ejemplo, “Dado que todos los hombres nacen libres e iguales (...) deben tratarse con fraternidad y todos tienen derechos...” La verdad es que, pese a lo generoso, es radicalmente falso: los hombres, sinceramente, no nacen libres e iguales. Los gorriones si nacen libres e iguales; los hombres nacemos en clases y razas distintas: unos nacen con poder, otros con debilidad, mientras unos tienen la posibilidad de abusar, otros – la mayoría – son vulnerables a los abusos. Lo que parece positivo – “libres e iguales” – termina siendo negativo y restrictivo. Es el caso de aquel principio que se maneja con gran liberalidad: “El derecho de cada cual termina donde comienza el del otro”. ¿Cuál derecho? ¿El de la propiedad? Eso era lo que le molestaba a Marx. Hablando de la propiedad, este principio es correcto, pero no se ve claro por qué mi derecho a educarme termina donde comienza el derecho del otro, o mi derecho a tener casa o salud. Ahora bien, el derecho de asociación depende de que los demás tengan ese derecho. Si no hay derecho a libre asociación o si sólo tiene derecho a existir un partido único, entonces yo en verdad no tengo ningún derecho. Es el caso también de la libertad de expresión. Si el Estado sólo quiere escuchar su propia voz y además pretende que es la voz del pueblo, la libre expresión no existe. Esa libertad es de todos o no existe. En las sociedades teocráticas existe la libertad de expresión, pero ésta es la del Imán. Nuestra Antidemocracia Volviendo a nuestra tradición como izquierda, Marx apuntaba a una forma de ejercicio del poder: la dictadura del proletariado, la cual, entre otras cosas, ha llegado a ser la dictadura del partido, el partido único que se confunde con el Estado. Con esa perspectiva como meta no se puede ser demócrata. Precisamente, lo que se busca es abolir la concepción burguesa de democracia. Dentro de la tradición marxista, la democracia es táctica. El uso ha sido claro: hablo de democracia y eso me da espacio para hacer política, pero cuando tome el poder cierro la posibilidad de que otros hagan política, cierro el espacio. En la tradición de izquierda, la democracia es una máscara que se pone el capitalismo, debajo de la cual se puede dar el lujo de explotar, de hacer, de dominar... Es claro – y de ahí la dificultad -: en gran parte de las sociedades que se autodenominan “democráticas” no sólo existe una distribución aberrante de los ingresos y de la riqueza, sino toda clase de injusticias. Pero hay contiendas electorales que “legitiman” la dominación. Reducen la democracia a un mecanismo procedimental de elección de presidentes y congresos pero, en la práctica, los derechos que se consigan de poco sirven porque no se da la posibilidad de ejercerlos. Una cosa son los derechos y otras las posibilidades. ¿De qué sirve el derecho de expresión si no existen los medios personales o colectivos para ejercerlos?
Entonces, suele confundirse la defensa de la democracia con la defensa de sociedades injustas, que se autoproclaman “democráticas”. De aquí la dificultad en defenderla.
Los enemigos: El ayer y el hoy Ustedes se han comprometido a defender, promover y construir una democracia ampliada, participativa y van a encontrarse con grandes dificultades, reservas y hasta hostilidades. Clásicamente se ha combatido la democracia de dos formas, y este debate tiene ya milenios. Se la ha combatido desde el racionalismo y desde el irracionalismo. El ejemplo del racionalismo está en Platón, que era adversario de la democracia ateniense. Si bien se trataba de una forma de gobierno extremadamente limitada, pues sólo tenían derecho a ejercerla los ciudadanos con exclusión de los esclavos, que eran la mayoría, la democracia era muy desarrollada. Durante la época de Pericles, el ciudadano ejercía su derecho: polimizaba en la plaza pública, hacía propuestas, vetaba, decidía por votación, elegía al dirigente por un período... ejercía las ventajas de la democracia. Nadie ocupa el poder por derecho propio, sólo se puede ocupar por delegación transitoria, 4,5 o 6 años y cumplido el periodo, elecciones y vuelve y juega. Reconquistar o perder el poder es el rasgo esencial, no existe el derecho propio o por sangre, nobleza, derecho de propiedad, herencia o porque se tiene la “VERDAD”. Para Platón, a la autoridad o el poder los legitima sólo el saber, por eso propuso en la República el gobierno de los filósofos y para justificarse daba un ejemplo: el del capitán del barco. ¿Quién puede serlo? Sólo el que mejor conozca la navegación, los vientos, los mares, y las estrellas para guiarse. Esa, para él, es la autoridad legítima. Ni la elección por parte de la mayoría de la tripulación, ni un asalto al barco, ni un golpe de Estado, digamos, legitima; sólo el saber puede hacerlo. Claro, Platón se olvidaba de un pequeño e importantísimo detalle: en política no se trata solamente de lo verdadero y lo falso sino también de los intereses. Si ese señor que sabe tanto de las mareas y las estrellas y que domina los vientos tiene la particularidad de querer llevar el barco a un puerto donde sólo él y su familia hacen buenos negocios y donde la tripulación no quiere ir, su poder nunca será legítimo. Otro elemento más: en el barco está bien que sólo haya un piloto y no que tres partidos estén disputándose el timón y sucesivamente cambiando el rumbo, porque a lo mejor se estrella el barco o no llega a ninguna parte. Si dejamos la metáfora y nos adentramos en las sociedades, el asunto se complica por aquello de los intereses encontrados, los grupos de opinión o de poder diferentes. Me he ido a ese ejemplo tan antiguo porque la idea del saber como legitimidad está absolutamente presente hoy: las minorías son las que tienen formación, son las más ilustradas. Los opositores de la democracia, las mayorías ni siquiera saben o entienden; entienden los expertos, los ilustres, los padres de la patria, los tecnócratas... y se preguntan ¿para qué un plebiscito si el pueblo no sabe de qué está opinando? Pan y circo, a lo sumo. No, no es una idea rara de Platón, es una corriente antidemocrática en el presente. El saber, por ejemplo – ese privilegio que “legitima” e ilumina sobre el destino de la historia y sus leyes -, no necesita estar ya en los filósofos, puede estar en el comité central de un partido o en el club de los expresidentes. Esos que tienen hoy el poder “legítimo” del saber son Platón, o los que en nombre de la ciencia del marxismo-leninismo o de la revelación, del Corán o del neoliberalismo, se colocan por encima de la sociedad y representan la antidemocracia del hoy. Pero el asunto no queda allí, se da también una manipulación de la “verdad” o las “verdades”. ¿Cómo va a ser falso que el saber del Corán se lo dictó el arcángel San Gabriel a Mahoma en una cueva? ¿O que, como vocero del Espíritu Santo y especialista en las comunicaciones del cielo, vino a contarle a la virgen María sobre su embarazo...? Esos, junto con los racistas o los “representantes imaginarios”, son los adversarios de la democracia. Los “representantes imaginarios” son, por ejemplo, los representantes del ataque. El ejército se siente representante de la patria. Nadie lo ha nombrado, pero actúa en su nombre, olvidándose que la patria somos todos. Se autoprocloma defensor frente al enemigo interno y eso autojustifica su acción. No son quizá peligrosos en el sentido político, pero sí en el otro sentido. Volviendo a la legitimidad del saber y su superación, quizá lo que se necesita es que la gente aprenda por sí misma, se lance a bailar; que la gente participe, que elija nuevamente, que se equivoque; porque sólo actuando se aprende el ejercicio de la democracia, sólo bailando se aprende a bailar. No es que se dé a la gente clases de democracia para que, ya graduada, pueda votar o pueda asociarse.
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