Progreso y Obsolescencia Planificada

(...) Además, los empresarios deben preocuparse de las consecuencias que tienen las presiones sufridas por las compañías para que introduzcan en el mercado productos nuevos y mejores. Durante gran parte de la historia, los ciclos vitales de los bienes y servicios eran más largos que los de los seres humanos que los producían y consumían. En Japón, el kimono y el yinbaori se mantuvieron inalterables durante cuatrocientos años. En la China del siglo XVII la gente se vestía exactamente igual que sus antepasados del XVI. Entre 1300 y 1660, la forma del arado fue la misma en todo el norte de Europa: una estabilidad en el ciclo vital del producto que debió de proporcionar a los artesanos y trabajadores la tranquilidad de que sus negocios les sobrevivirían. Sin embargo, el ciclo vital de los productos se aceleró drásticamente desde mediados del siglo XIX, destruyendo la confianza que tenían los trabajadores en la prolongada integridad de sus carreras. 


En casi todas las áreas económicas se registran rápidas derrotas causadas por nuevos productos y servicios: la de los canales tras la invención del ferrocarril, la de los buques de pasajeros con la llegada del reactor, la de los caballos ante el desarrollo del automóvil, y la de las máquinas de escribir después del nacimiento del ordenador personal. 

La pasión del mercado por el cambio suele conllevar unos gastos tan elevados de desarrollo de productos que la propia supervivencia llega a depender de que triunfe el lanzamiento de uno solo de ellos. Las compañías pueden parecerse a tahúres nerviosos a los que, en vez de permitírseles retirarse con cautela después de una buena partida, se les obliga continuamente, y a punta de pistola, a arriesgar sus activos y el sustento de sus empleados en unas pocas apuestas, o incluso en una sola que, o bien reportan enormes pero precarias riquezas, o bien llevan a la autodestrucción. 

Ansiedad por el Estatus, p. 110 - 111.    

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