El etnocentrismo, la xenofobia y el nacionalismo están actualmente en boga en muchas partes del mundo. La represión gubernamental de puntos de vista impopulares todavía está muy extendida. Se inculcan recuerdos falsos o engañosos. Para los defensores de estas actitudes, la ciencia es perturbadora. Exige acceso a verdades que son prácticamente independientes de tendencias étnicas o culturales. Por su naturaleza, la ciencia trasciende las fronteras nacionales. Si se pone a trabajar a los científicos del mismo campo de estudio juntos en una sala, aunque no compartan un idioma común, encontrarán una manera de comunicarse. La ciencia en sí es un lenguaje transnacional.
Los científicos tienen una actitud natural cosmopolita y son más conscientes de los esfuerzos que se hacen por dividir a la familia humana en muchas facciones pequeñas y enfrentadas. «No existe la ciencia nacional —dijo el dramaturgo ruso Antón Chéjov—, como no existe la tabla de multiplicar nacional.» (Por lo mismo, para muchos no existe algo llamado religión nacional, aunque la religión del nacionalismo tenga millones de partidarios.)
En cantidades desproporcionadas, se encuentran científicos en las filas de los críticos sociales (o, menos caritativamente, «disidentes») que desafían las políticas y los mitos de sus propias naciones. Me vienen a la mente sin esfuerzo los nombres heroicos de los físicos Andréi Sajárov en la antigua Unión Soviética, Albert Einstein y Leo Szilard en Estados Unidos, y Fang Lizhu en China: el primero y el último arriesgando sus vidas. Los científicos, especialmente después de la invención de las armas nucleares, han sido retratados como cretinos éticos. Eso es una injusticia si se tiene en cuenta a todos los que, a veces con un riesgo personal considerable, han levantado la voz contra la mala aplicación de la ciencia y la tecnología en sus propios países.
Como «héroe» de la Unión Soviética condecorado con profusión y conocedor de sus secretos nucleares, Sajárov escribió sin ambages en el año de guerra fría de 1968 —en un libro que se publicó en Occidente y se distribuyó ampliamente en samizdat en la Unión Soviética—: «La libertad de pensamiento es la única garantía contra la infección de los pueblos por los mitos de masas que, en manos de hipócritas y demagogos traidores, pueden transformarse en dictaduras sangrientas». Pensaba tanto en Occidente como en Oriente. Yo añadiría que el pensamiento libre es una condición necesaria, pero no suficiente, para la democracia.
... [E]l químico Linus Pauling (1901-1994), el mayor responsable del Tratado de Prohibición de Pruebas Limitadas de 1963, que detuvo las explosiones sobre tierra de armas nucleares por parte de Estados Unidos, la Unión Soviética y el Reino Unido. Montó una apasionada campaña poniendo de relieve los daños morales con datos científicos, más creíbles por el hecho de haber sido él mismo laureado con el Nobel. En la prensa norteamericana se le solía difamar por sus quejas y, en la década de los cincuenta, el Departamento de Estado le retiró el pasaporte por considerar insuficientes sus muestras de anticomunismo. Se le concedió el Premio Nobel por la aplicación de ideas de mecánica cuántica —las resonancias y lo que se llama hibridación de orbitales— para explicar la naturaleza del enlace químico que une los átomos para formar moléculas. Esas ideas son ahora el pan y la sal de la química moderna. Pero, en la Unión Soviética, la obra de Pauling sobre química estructural fue denunciada por incompatibilidad con el materialismo dialéctico y declarada inaccesible para los químico soviéticos.
Impasible ante estas críticas de Oriente y Occidente —en realidad, ni siquiera afectado—, siguió haciendo un trabajo monumental sobre el funcionamiento de los anestésicos, identificó la causa de la anemia falciforme (la sustitución de un único nucleótido en el ADN) y mostró cómo podía leerse la historia evolutiva de la vida comparando los ADN de varios organismo. Pauling seguía de cerca la pista de la estructura del ADN; Watson y Crick se apresuraban para llegar antes que él. El veredicto sobre su valoración de la vitamina C aparentemente sigue abierto. «Este hombre es un verdadero genio», fue el juicio de Albert Einstein.
En toda esta época siguió trabajando por la paz y la amistad. Cuando Ann y yo preguntamos a Pauling cuáles eran las raíces de su dedicación a temas sociales, nos dio una respuesta memorable: «Necesito ser digno del respeto de mi esposa», Helen Ava Pauling. Ganó un segundo Premio Nobel, éste de la paz, por su trabajo en la prohibición de las pruebas nucleares, convirtiéndose en la única persona de la historia que ha ganado dos premios Nobel en solitario.
El Mundo y sus Demonios, p. 448 - 450.
2 comentarios:
Muy buenas notas ... ¿ podrían por favor dejar el libro "el mundo y sus demonios" para descargarlo desde aquí?, gracias.
Hola. En un comentario anterior se publicó un vínculo al libro en inglés en formato digital. Parece que en español no está el libro completo en formato digital. O tocaría hacer una mejor búsqueda. Saludos.
Publicar un comentario