El problema no son los habitantes....


Presentamos a ustedes una reflexión sobre el llamado "problema demográfico". En cualquier discusión sobre la situación global del planeta, la "sobrepoblación" suele ser el argumento principal de caos y desconcierto respecto al futuro. Sin embargo, bajo la perspectiva de una economia basada en los recursos y la abundancia de recursos principales, ¿podriamos pensar que el problema del planeta no serán los números de habitantes? 

EL PROBLEMA NO SON LOS HABITANTES. Escrito por Mauricio Botero para ElEspectador.com

Contrario a lo que muchos afirman, el problema poblacional no radica en el número absoluto de personas: si hoy somos una cifra cercana a los 6.500 millones, en 2050 seremos 9.000 millones y pueden llegar a ser 12.000 millones, ya que el planeta no es una tarima que sólo aguanta un número limitado de pobladores. El problema no es la cifra absoluta —porque comida y espacio va a haber de sobra—, sino los patrones de consumo de recursos no renovables; y la contaminación que pueden llegar a generar los habitantes de los países pobres cuando dejen de serlo. Es decir, ¿qué pasará cuando los pobres dejen de ser pobres y empiecen a consumir y contaminar como lo hacen hoy los ricos? ¿Qué puede ocurrir cuando los 5.000 millones de pobres empiecen a consumir un barril de petróleo cada catorce días como lo hace cada norteamericano, o generen 20 toneladas de dióxido de carbono a la atmósfera en vez de las 0,2 toneladas que generan hoy en día? La disponibilidad física de los recursos no renovables como el petróleo y el gas —para mantener el patrón de consumo actual cuando los pobres dejen de ser pobres— no va a existir. Los días del petróleo, por ende, están contados, si no necesariamente por los efectos desastrosos sobre el medio ambiente, por las razones de que no es un combustible sostenible en un escenario de mayor riqueza global. Para contextualizar, basta señalar que Colombia tendría que producir tres millones de barriles diarios en vez de los 700.000 de hoy sólo para suplir la demanda interna; y el mundo, extraer 358 millones de barriles en vez de los 84 millones de hoy, si los pobres se comportaran como los ricos. Aunque no existe unanimidad en los científicos en cuanto a las causas de la contaminación ambiental y el calentamiento global (como ejemplo de las discrepancias, la flatulencia de los vacunos, los porcinos y los equinos, con sus emisiones de metano, son un cincuenta por ciento más culpables del efecto invernadero que el CO2 que emite el sector de transporte a nivel mundial; otros estudios demuestran que la actividad humana es responsable de sólo el 2% del dióxido de carbono), es imprescindible ponerle fin al abuso de los recursos naturales no renovables y limitar la contaminación por dióxido de carbono resultante del uso de los hidrocarburos. Sólo hay un camino posible: el que los países desarrollados disminuyan su adicción a los combustibles fósiles, reduciendo la contaminación que dicha adicción genera; y que los países en vías al desarrollo adopten modelos de desarrollo con fuentes de energía diferentes a los que se han utilizando hasta ahora. El implementar una estrategia en este sentido va a requerir un impuesto al carbono, impuesto que refleje el daño ambiental que los combustibles fósiles causan. Las tecnologías para reemplazar el uso de los hidrocarburos, especialmente en el transporte, existen. Lo que se requiere es reducir su costo; y el aplicar los recursos del impuesto al carbono para este fin, puede ser una medida en la dirección correcta. La inmensa ventaja de tener tanto a los ricos como a los pobres trabajando para encontrar una solución global como ocurrió en Copenhague es que los países ricos, además de aceptar que tienen que reducir drásticamente sus niveles de consumo de recursos naturales no renovables, tienen que liderar el esfuerzo para modificar los patrones de desarrollo de los pobres: lo que es una quimera es pretender que la proa del barco (donde metafóricamente viven los ricos) se pueda salvar de un eventual naufragio si la popa (donde habitan los pobres) naufraga. O los ricos pagan impuestos de contaminación y transfieren a los pobres las tecnologías que reemplazan el uso de los combustibles fósiles, o en el resultante siniestro ambiental perecen tanto los ricos como los pobres.

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